Después de pasar los últimos tres años trabajando de forma remota desde Asia, Norteamérica y Europa (en ese orden), ahora Grace Lee vive y trabaja en Nueva York. Abordar estos cambios tan tumultuosos ha sido todo un reto para una persona que siempre ha ansiado constancia y orden. Sin embargo, esta oportunidad también le ha ofrecido un punto de vista único sobre lo que significa pertenecer a un lugar, sentirse conectada y crecer.
La pandemia descolocó muchas cosas: la forma de trabajar, la rutina, las relaciones, los planes… Todo el mundo sentía que había perdido el control y eso también tuvo consecuencias en nuestra estabilidad mental y emocional. Pero, en mi caso, tener que hacer las maletas en marzo de 2020, volver a casa y pasarme varios meses limitando mis actividades a los confines de mi hogar fue el principio de muchos movimientos tectónicos en mi vida.
Porque, justo cuando sentía que las cosas estaban mejorando y tenía la oportunidad de volver a la normalidad con los demás, tuve que dejar todo lo que conocía de repente y mudarme a otro continente. Eso fue en 2021. Apenas tuve tiempo para recuperarme y encontrar el equilibrio porque, un año después, tuve que volver a pasar por el mismo proceso. Otra mudanza, otro reajuste. Cada cambio me dejaba más desorientada que el anterior.
La única presencia constante que mantuve a lo largo de esos años fue mi trabajo. Cada año celebraba mi aniversario en el trabajo desde un país distinto, pero me alegraba de tener la oportunidad de celebrarlos, porque representaban la estabilidad que me faltaba en otros aspectos de mi vida. En cierto sentido, mi trabajo fue el factor de control entre tantas otras variables, la prueba de fuego que reflejaba el efecto que todo ese cambio había tenido en mí. Lo más sorprendente es que, a pesar de todas estas idas y venidas, mantuve mi compromiso laboral en todo momento.
El compromiso de los empleados. He escuchado este término con frecuencia en los últimos años, conforme los modelos de trabajo remotos e híbridos se estandarizaban en muchas empresas. La mayoría de las veces lo usan las empresas (cuando hablan de temas como la productividad de los empleados o la filosofía de la empresa), en lugar de la gente a la que se refiere el concepto, gente como yo.
Grace Lee
Se ha convertido en una de esas muletillas de moda que se usan tanto que pierden el significado. Con una búsqueda en Google, aparecen decenas de definiciones que intentan describir este término: “Un concepto de recursos humanos que describe el nivel de entusiasmo y dedicación que siente un trabajador por su trabajo”, o “el nivel de implicación de un empleado para ayudar a su organización a alcanzar sus objetivos”.
Una vez más, el punto de vista dominante es el de la empresa. Pero, como empleada, lo concibo de otra manera. Para mí, ser una empleada comprometida significa sentirme conectada con el trabajo que llevo a cabo, con mi organización y con sus miembros. Gracias a mi experiencia, soy consciente de que no es fácil mantener un sentimiento de conexión cuando tu vida se está viendo afectada a diestro y siniestro.
Por eso, me he dado cuenta de que es muy importante que las empresas creen un entorno de trabajo que posibilite y facilite ese sentimiento. Cuando miro atrás y pienso en estos últimos tres años, creo que no hubo una única experiencia, aliciente o incentivo que me mantuviera comprometida, sino que fue el efecto combinado de muchas cosas.
Fue gracias a las constantes conversaciones que mantenía con mis superiores y mis compañeros, en las que validaban mis contribuciones, me pedían opinión y me animaban a dar lo mejor de mí todo el tiempo. Todo se reduce a la evolución del propio trabajo: a su complejidad, a la creciente importancia de los resultados y a que cada vez hay más en juego. También se debió a que, en ocasiones, la responsabilidad que me asignaban era cada vez mayor, aunque me sentía más capacitada para asumirla, y a mi mayor nivel de involucración en conversaciones más importantes con implicaciones que iban más allá de mi puesto y afectaban al crecimiento y el bienestar de la empresa.
Todas estas experiencias me hicieron sentir que importaba y formaba parte de algo más grande. Gracias a ellas, los sentimientos de ansiedad y desconexión se desvanecieron y dieron paso a una sensación de presencia.
Lo más irónico de todo esto es que ninguna de estas cosas tenía nada que ver con estar físicamente presente en la oficina y trabajar en persona. Como decía, era una de las empleadas que más lejos estaban de la empresa, si no la que más, durante más tiempo. Si la distancia hubiera sido un obstáculo para el compromiso, yo habría sido la persona menos comprometida e involucrada de la compañía. Sin embargo, me conectaba todos los días de forma virtual a pesar de encontrarme a horas de distancia, a veces incluso a océanos, de la sede de la empresa, pero me sentía más cerca de mis compañeros, mi trabajo y mi organización que en cualquier otro trabajo de mi vida.
Ese sentimiento de presencia no tiene nada que ver con encontrarse en la empresa en persona, es más un sentimiento de percepción, de ser consciente de que aportas un valor único a la compañía y, al mismo tiempo, de que tus compañeros también son conscientes de ello, lo comparten y lo apoyan. Esa conciencia también te proporciona un sentimiento de propósito, motivación, satisfacción y crecimiento, factores que suelen considerarse impulsores del compromiso de los trabajadores. En definitiva, todo esto provoca un deseo de estar presente y esforzarse cada día sin importar los desbarajustes que intenten obstaculizar el camino.
Grace Lee
Al fin al cabo, las relaciones requieren esfuerzo y las relaciones laborales no son la excepción. Después de pasarme años abordando una relación a distancia con mi empresa y mis compañeros, creo que la distancia no es el enemigo. En todo caso, los enemigos son la desconexión y el desapego. Eso es lo que impide que percibas y vivas esa relación con tu trabajo, tu organización y sus miembros.
El compromiso de los trabajadores, su satisfacción, su lealtad o como queráis llamarlo empieza con un sentimiento de conciencia de la pertenencia y la conexión que hace que los desbarajustes sean menos dramáticos y las dificultades merezcan la pena.